Lecciones de un “a-pollo”
En un país donde todo divide, un pollo frito logró unirnos. La defensa espontánea de Frisby no fue solo por una marca, fue por lo que representa: esfuerzo, familia y orgullo colombiano.
07:59 a. m.
El fallo de la Oficina de Propiedad Intelectual de la Unión Europea que le da la razón a un empresario español para utilizar el nombre de la cadena de comidas colombiana FRISBY en Europa, trascendió los límites de la decisión misma y se convirtió en uno de los hechos espontáneos más emocionantes que recordemos recientemente.
Pasa que en Colombia los ciudadanos nos apropiamos de las empresas; sí, nos sentimos dueños de ellas y las involucramos en nuestra cotidianidad, tanto, que a veces no llamamos los artículos o alimentos por su nombre, sino por su marca, esa que por años hemos repetido con cariño y nostalgia, y hasta nos sabemos sus "jingles" y en coro repetimos los eslóganes de cualquier gaseosa, pastel o dulce, hasta rematar con una carcajada que no significa otra cosa que ¡gracias! Gracias al genio que se le ocurrió revestir de chocolate un ponqué, o fabricar una gaseosa rosada, hacer un chupete redondo rojo inagotable o hacer de una casita roja el hogar de muchos. Son formas de reconocer el esfuerzo de unos en beneficio de todos. En vez de morirnos de la envidia, celebramos las buenas ideas y, sobre todo, el trabajo monumental que ha significado hacerlas realidad.
Esta vez, cuando vimos a una de nuestras empresas maltratadas, decidimos decirle: "aquí estamos", incluso sus propios competidores en el mercado levantaron la mano para manifestar su apoyo, o mejor, su a-pollo.
Miles de publicaciones en las redes sociales, de ciudadanos del común y de poderosos conglomerados, lograron inventar las más sorprendentes formas de decirle al "pollo" afectado que nadie lo hace como él lo hace.
En este punto es imposible no pensar en las contradicciones de nuestro país. Desde la lógica de que, si a las empresas les va bien, a sus empleados también, es fácil pensar que esta no debería ser una reacción extraña; más bien, una convicción que no dudo tenemos la mayoría de los colombianos. Sin embargo, duele ver que mientras se desata semejante ola de solidaridad, por otro lado, nos invitan a odiarnos como si nos quisieran hacer creer que en nuestro territorio no cupiéramos todos.
Nada más mezquino y peligroso, nada más revelador del carácter oscuro de unos, de su talante oportunista y manipulador.
Mientras el empresariado empuja y sigue creyendo en el futuro, a pesar de las descalificaciones injustas y mentirosas, los políticos hacen política de la peor forma: utilizan los micrófonos para posar de justos, pero es claro que lo único que los mueve es la vanidad del poder y sus privilegios.
Sin un tejido empresarial estable, es casi imposible pensar en mejorar las condiciones de los trabajadores. En cambio, nos proponen odiar a quienes hacen empresa como si fueran unos tipos peligrosísimos, una suerte de "malditos culpables” de cuanta cosa ocurre. ¡Por favor! Nada más falso y torpe. ¿Y si no hay empresas, cómo va a haber trabajo? Ahora, que se deben mejorar las condiciones laborales, ¿quién lo duda? No están descubriendo nada que el sentido común no dicte, pero suena al menos extraño que se proponga hacerlo sobre la ruina de miles de microempresarios y comerciantes. Nadie justifica la injusticia con un trabajador, como tampoco se debería justificar la agresión contra quien lo contrata. El uno sin el otro simplemente no existe, y sobra decir que las condiciones para que todos podamos tener una vida digna son un derecho que no puede significar pasar por encima de nadie.
Invitarnos a la confrontación, incluso a costa de paralizar el país, es irresponsable, pero más aún, imperdonable. ¡No pasarán!, gritan histéricos los fanáticos. ¿A quiénes se referirán? ¿A mí? ¿A usted? ¿Al vecino? ¿Quiénes son los que no pueden pasar? ¿Qué derecho divino los embistió con una pretendida superioridad moral para atreverse a gritar semejante esperpento?
Me quedo con los que decidieron abrazar al "pollo" ofendido y creer genuinamente en que podemos ser mejores y avanzar, todos, juntos.
El reto para cualquier sociedad es acabar con la pobreza, que sus integrantes vivan decentemente. Lograrlo sería nuestro mayor triunfo como país. Por esto cabe preguntarse, a propósito del motivo de esta columna: ¿qué pasaría si la empresa que desató este movimiento de apoyo cerrara sus 265 puntos de venta y despidiera a sus 4.500 colaboradores? Creo que lo puedo responder con una frase de Pepe Mujica, a propósito de su reciente fallecimiento:
"No se puede renunciar al crecimiento económico, porque nos da los medios para tener políticas sociales y atenuar las injusticias que el capitalismo solo no puede resolver... Por eso hay que sacarle algo, pero no tanto como para que no siga tirando."